Siempre quise ser madre. Cuando adoptamos al Kuote junto con la Rukia, comprendí la responsabilidad tan grande que conlleva y lo gratificante que llega a ser. Luego llegó la muerte de la Rukia y con ella un dolor indescriptible que a más la gente no comprende porque “solo era un gata”. Adoptamos a la Sansa
y aprendimos a sufrir por imaginar lo que debía haber pasado por cómo se comportaba llena de miedos. Con el tiempo llegó la recompensa de estar en un hogar y hoy es una gata feliz y cariñosa.
Mucha gente no comprende lo que se puede querer a un animal pero para los que tenemos hijos peludos sé que entendéis bien de qué hablo. Gracias a convertirme primero en mamá de gatos me ha hecho mucho más fácil el camino a recorrer con la Mia ya que gracias a mis gatos dependientes y caprichosos ya sabía lo que es despertarse de madrugada porque quieren comer o jugar. También a compartir cama y que el mejor sitio sea para ellos. A no moverte en el sofá porque te da pena que se despierten...a tener más paciencia. A salir de casa siempre pensando en cómo estarán y a volver siempre con ganas porque ellos están allí esperándote. A planificar tus vacaciones y todo lo que hagas siempre teniendo en cuenta lo mejor para ellos. A preocuparte cuando enferman y a sentir miedo, miedo real a que les suceda algo. A no imaginar la vida sin ellos. En realidad me enseñaron a amar bajo responsabilidad porque queremos de muchas formas distintas y cuando tienes animales al igual que cuando tienes un hijo lo que más te cambia es la forma de querer ya que hay alguien por encima de ti mismo, porque te necesita y te quiere sin más, solo por lo que significas para él en este caso para ellos y por eso me han enseñado tanto porque a querer así solo se quiere a los hijos y yo tengo tres ❤️
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